Que vengan también las alegrías
Creo que todo el mundo estará de acuerdo en que 2020 ha sido un mal año. Sin concesiones. Sin excepciones. En todo el mundo. El año que pasará a la historia como el año de la pandemia o el año del coronavirus o incluso, el año de la Covid-19. Términos que hace tan sólo unos meses no habíamos pronunciado. Hemos visto como cosas que pasan lejos de aquí, cosas que pasan a los otros (como las guerras, como las revueltas) nos han pasado a nosotros. Exacto, como aquella otra vez, la del diagnóstico, que también nos pasó a nosotros. Y no nos lo podíamos creer. Y lo superamos. Más o menos. Con secuelas. Igual que ahora.
En cambio, ahora estamos menos solos en este sufrir porque por algún motivo se llama pandemia, porque pasa a todo el mundo, y nos coge entrenados en el arte de bailar con la incertidumbre (hay quien la acaba de descubrir al no saber si podrá celebrar la boda con todos los invitados o si tendrá trabajo el mes que viene).
El coronavirus es una desgracia que nos ha cogido por sorpresa, que nos ha complicado la vida; nos la ha empeorado, es evidente. Para la mayoría de personas con EM es un peligro añadido, es una incomodidad más dentro de las incomodidades que nos impone la enfermedad. Pero precisamente por eso, por esa destreza que hemos desarrollado de no hacer muchos planes, ir viviendo al día, de valorar los momentos especiales, los días buenos, la buena compañía, el coronavirus no nos ha cogido tan desprevenidos.
Ya hemos demostrado sobradamente que el centro de nuestras vidas no son las enfermedades, son nada menos que nuestras vidas. Y los obstáculos, que vengan si quieren, qué le vamos a hacer, tenemos experiencia en esto de capearlos. Y que vengan, también, si quieren, las alegrías, que vengan, que tenemos talento para vivirlas. Esto también.
Debe iniciar sesión para comentar.
¿Tienes una cuenta? ¡Inicia sesión ahora!
¿No tienes una cuenta? ¡Regístrate ahora!